Por Fernando Rodríguez Bianchi (Grupo Literario “Ariete”)
Con este cuento del escritor argentino-cubano Fernando Rodríguez Bianchi, La Tizza lanza su sección de narrativa. Lo hace desde la certeza de que la expresión de las inquietudes sociales debe darse –y se da– vehículos variados. En sus Cuadernos de la cárcel, el revolucionario Antonio Gramsci nos legó la idea de que “el arte es educador en cuanto arte, pero no en cuanto ‘arte educativo’…” La historia del campo de relaciones entre la cultura y la política ha demostrado la validez del aserto.
Por eso, con trazo amplio, abre este nuevo espacio La Tizza; por eso lo hace también con la voz de un autor galardonado en 2017 con el Premio César Galeano del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso, de la Habana, Cuba.
Dedicado a Agustín Bustos y Agustín Rodríguez, asesinados en Benito Juárez, Argentina, en marzo de 2017.
De no ser por mi hermano hubiera demorado un par de años más en visitar el pueblo. Nunca fui muy consciente del paso del tiempo, y encontrar el rostro de algunos amigos entre apedreado y opaco me hizo saber debería haberlo hecho antes. Esto ocurre sobre todo en aquellos amigos que a la altura de la brevedad de la vida y comportándose de modo correcto construyeron su casa, tuvieron hijos, se compraron un auto y un perro. Son los de mayor propensión a sentirse viejos, a pensar que ya han hecho su vida. Yo ya hice mi vida, pueden decirte. Esto te puede ocurrir, a los treinta y cinco años.
Un año transcurre en un abrir y cerrar de ojos, más aún si los hombres y mujeres no hacemos más que eso, transcurrir. Te duermes por la noche y al despertar por la mañana el mundo ya no es el mismo, pero evitas mirarte al espejo por miedo en haberte convertido en eso, lo mismo. Y es que la fatalidad del hombre es envejecer en un mundo eterno. Comienzan a dolerte los huesos mientras alrededor los árboles crecen indetenibles. Igual a los hijos.
Luego la rutina, después tu mujer, o al revés tu mujer y más tarde la rutina. Hasta que un buen día escuchas la palabra “nosotros” en medio de una discusión y preguntas disculpa amor, ¿Quiénes somos nosotros? Y te responden “nosotros somos yo y los niños.” Y te das cuenta entonces que estás fuera, y en caso de separarte de un día para el siguiente en otro abrir y cerrar de ojos pasas de ser el mejor hombre a la peor basura. Y si te separas pierdes tu casa y la vida es muy corta para hacer otra casa. Por lo que decides quedarte en la casa junto a una mujer convertida en un extraño a quien creías conocer por haberte desnudado juntos cada noche durante años, y sacrificar el amor y el sexo en lugar de la paz, qué va. La paz no tiene precio, pero en cambio la casa sí. Esto te puede ocurrir, a los treinta y siete años.
Y te propones convivir en el silencio con el recuerdo de otros tiempos fugaces, gloriosos, igual a cuerpos ajenos. O sueñas con otros cuerpos alucinados en el recodo de la distancia, porque la memoria y el recuerdo en este punto ya siquiera pertenecen a la pareja; la memoria y el recuerdo se ha convertido en un satélite lanzado hacia el futuro en busca de nuevos planetas. Y permaneces por las noches con los ojos abiertos igual a dos platos voladores. Pero tienes cada uno de tus ojos amarrado a un testículo, y sabes que soltar amarras y separarte implica mudarte a un apartamento y recomenzar tu vida, por una nueva mujer y una nueva casa casa y un nuevo auto además de un hijo nuevo y un nuevo perro. Tu vida comenzaría entonces con otra mujer a los cincuenta… y a los sesenta y siete años, así, como de repente, te mueres.
Sin embargo esperas. Esperas a que tu mujer se duerma para masturbarte a su lado. Pero ella está despierta y pensando en otro hombre con los ojos como dos platos sucios en la cocina. Tus amistades te preguntan cómo están las cosas. Bien, súper bien. Y te consuela saber que no estás sólo en esto, pues él y su mujer duermen espalda con espalda, pero al igual que tu mujer suben fotos al facebook sonrientes, espléndidos. Un wonderful world más allá de Frank Sinatra. Entonces todo está bien, súper bien.
Por eso el arte hermano, siempre el arte. Porque para hacer arte es necesario tener el alma joven, es imposible hermano el arte sin impresión de juventud, el arte no puede ser viejo si quiere ser arte, el arte no tiene edad, necesita de un alma madura pero infantil siempre sin despegar los pies del piso, recuerdo me dijo una tarde mi hermano Maiquel sentado en el sillón con la guitarra en la falda, la trompeta a un costado boca abajo, el piano enfrente y arriba de aquel elefante con teclas de ébano y marfil, la caja de ritmo. Unos discos de vinilo regados por el piso, y los perros y los chicos correteando por el suelo, arrancándole las hojas a los libros de literatura de la abuela, leyéndolos a su modo pues el contacto con la piel del arte, al igual que el amor, es un juego. Porque un artista a los treinta recién empieza y le son necesarios treintaicinco años para verse reflejado en lo que hizo, un espejo donde verse reflejado de otro modo, así sea invertido, y también quizá ver las cosas al revés sea una manera de enfocarlas acertadamente, un mundo antes inexistente que de pronto aparece y ese mundo es uno. Como un hijo deseado. Eso, como un hijo deseado realmente.
Maiquel es mi hermano mayor, pero desde muy chicos yo le digo Bebe. Y durante aquel viaje, sin excepción, todas las conversaciones con mi hermano recayeron en el mismo tema. La paternidad y la maternidad forzada. Y supe que yo estaba allí porque la vida había jodido a mí hermano y al joder a mi hermano me había jodido a mí. Las vueltas del cordón umbilical se habían convertido para ambos en una soga al cuello.
Yo jamás le había visto la cara a la muchacha que salía con el bebe, y en el transcurso de esos dos años en que yo no pisaba el pueblo habían tenido un niño. Dos años, además de un abrir y cerrar de ojos, es una vida rellena de huesos, miedos y alegrías, babas y lágrimas. Él había querido abortar y ella no. Él le había dicho lo que sentía. Pero aun así debió ser padre obligado, condenado a verle la cara a ella de por vida. ¿Qué sería yo hermano, si yo obligara a una mujer a ser madre?, me decía el bebe. ¿Qué sería yo, eh?
La muchacha no tenía la culpa de ser quien era, mi hermano tampoco y el niño menos. Y pensé en la compleja perra vida que nos había traído a él y a mí producto de una jodedera amorosa entre mi madre y mi padre en una celda, como un modo de soportar las torturas allá por el 78’, en pleno mundial de fútbol, cuando los gritos de gol del estadio River Plate tapaban los gritos de las descargas eléctricas en los genitales y en las tetas, en las muelas y en los párpados, en el útero, y cuán diferente era ahora esta otra jodedera.
Ella le dio la noticia a mi hermano cuatro meses después de estar sin la regla. Fue un tiempo en que el bebe me telefoneaba mucho desde provincia, yo lo escuchaba tan angustiado que le preguntaba si quería vaya para allá, pero él me decía que no había consuelo. Y es que uno siempre está solo en su dolor. Sufría la obligación consigo mismo de tener que pasar a buscar el niño día por medio dado que la mitad de ese niño era suyo y por lo tanto también su tiempo, una persona no es más que tiempo, y que lo de no poder verle la cara a la madre era un asunto que de un momento iba a tener que resolver ya que los malos pensamientos terminan por hacerle mal a uno. Yo le decía que poco a poco lo iba a querer, pero el bebe repetía no hay consuelo hermano, no hay consuelo, y entonces podía verlo al otro lado del teléfono mover la cabeza, encaneciendo con más fuerza en tanto las lágrimas le limpiaban la punta de los zapatos. Mientras de este otro lado, a mí, me ocurría lo contrario: mi mujer se quitaba por tercera vez la barriga sin poder convencerla de traer un hijo al mundo.
El bebe abandonó el dinero del wisky sobre la mesa del bar, miró de reojo el escenario vacío montado en el rincón del bar donde había tocado la noche anterior y salimos. Una vez en la calle me convidó un cigarrillo, un par de guantes y una bufanda. Me puse los guantes primero y debí quitármelos para hacer girar la rosca del encendedor.
–Bebe, ¿y no será que la raíz de nuestro problema es que nos estamos poniendo los condones con los guantes puestos?
El bebe no se rió, me dijo que el problema no era ese. El problema es ser demasiado bueno con algunas personas. Y la ironía le torció al bebe la boca hacia la izquierda, caminamos por la vereda mojada endurecidos por el frío, y fue cuando vi el cartel con los rostros de los dos chicos.
Estaban pegados a los cristales de la concesionaria de autos de la esquina, engordada de modelos casi cero kilómetro devueltos en los últimos meses por no poder pagar la cuota. En el país se habían disparado los precios de los alimentos y las familias preferían ahorrar. Llegar a fin de mes era un horizonte más lejano que viajar y el gobierno anterior no era responsable y el de ahora tampoco.
–¿Y esos dos chicos bebe quiénes son?
–Son los dos chicos asesinados a fierrazos, ayer se cumplieron cuatro meses. Los encontraron yendo para la laguna, en el camino de entrada al cementerio. Les reventaron la cabeza. Uno falleció luego de estar meses con muerte cerebral. Cada martes damos vuelta a la plaza reclamando justicia. Tenían trece y catorce años, imaginate, dos niños casi. Los asesinos o los cómplices están en el pueblo, entre nosotros.
–¿Eso pasó acá en Benito Juárez? Me hiciste acordar a Ciudad Juárez, en México, esa ciudad de frontera donde más mujeres violan y matan en el mundo. ¿Y qué se sabe?
–Nada. Pensá en la escena, trasladate. Es igual a una violación. A vos te dicen violaron a tal chica, ¿no? Te lo pueden contar mientras estás almorzando, vos seguís comiendo, pero si te trasladaran a la escena, al tiempo real de la violación y observás eso en vivo tres, cuatro, cinco minutos, sería bien distinto, ¿no? Como le hicieron a mamá en la Escuela de Mecánica de la Armada antes de tirarla atada de pies y manos desde un avión junto a otros miles. Hace poco se comprobó que a más de la mitad de las presas las violaban entre varios. Bueno, a los chicos un par de tipos les hundieron el cráneo con un fierro. Tenían los brazos también fracturados en varias partes por cubrirse la cara. Esos dos chicos somos todos y somos nadie, todos responsables y nadie culpable. La cámara de la estación de servicio camino a la laguna sólo registra un móvil policial en esa dirección, a las cuatro de la mañana. Más nada. La ambulancia tardó como una hora en llegar.
–¿Y el pueblo?
–El pueblo en un ataque destrozó la comisaría, tuvo que renunciar el comisario, imaginate que se te levante un pueblo. Pero fue una explosión. Ahora la mayoría del pueblo se hace el distraído, le mataron dos chicos y no quiere mirarse, a la espera de que la corriente subterránea del olvido los arrastre. Salvo los cuarenta o cincuenta que salimos cada lunes a recorrer las cuatro avenidas, al pueblo como que mucho no le importa. A los del Consejo tampoco, sino se moverían. La semana pasada pasamos por el municipio donde estaban reunidos y no se asomó ninguno. Sólo una semana después apareció un concejal joven, creo es el concejal más joven del pueblo. Había venido al pueblo el ex gobernador de visita y tampoco dijo una palabra. Imaginate si mañana se produce una crisis real, económica suponete. Desaparecerían, nos dejarían solos. Esto de los chicos es la prueba. Están en el cargo como rezando por la armonía eterna y el pueblo ni se pregunta para qué están. Si se te ocurre decir que las autoridades son responsables, se ofenden. Cambian la palabra responsabilidad por culpabilidad, tuercen todo, para distraer. Es como cuando discutís con tu pareja y llega un momento que se perdió el eje de la discusión y seguís discutiendo con la persona. A mí me pasa…
–Pará bebe, no te vayas otra vez de tema.
–Disculpá. Existe un muchacho, un amigo mío, a quien la policía le llevó una carta documento a su casa por haber publicado en el Facebook que las autoridades eran responsables. Eso de llevar la carta documento es tarea del correo, no de la policía, asique imaginate, acá si algo te duele y te movés, peor. Calladito te ves más santito. Ya sabés cómo es esto. Si hubieran sido hijos de alguien con dinero hubiera sido bien distinto.
–Che bebe.
El bebe se dio vuelta y pareció tirarme la lengua con la mirada.
–¿Y por qué no matamos un concejal? A fierrazos en la cabeza. Podemos pagarle a alguien si querés. Quizá entonces aparezcan los asesinos. Asesinamos a uno para que se haga justicia por dos.
El bebe me acercó la cara. Éramos dos mellizos dentro de la panza de la noche, que nos envolvía.
–¿Qué decís?
–Bueno, si querés nada más le rompo los brazos, para que sienta un poco. Si no te parece un concejal puede ser un empresario, Vas a ver la justicia cómo enseguida se mueve.
Ahora quien sonrió fue el bebe, pero al ver que yo no me reía entrecerró los ojos.
–Como se nota que no tenés hijos vos. Igual, hacés bien en tener suerte. Para como está el mundo…
–Escuchá Bebe, cabeza, ¿vos querés que aparezcan los asesinos, sí o no? La asociación en el pueblo va a ser inmediata y el resto de los concejales seguro se va a solidarizar con un colega. O quizá no, pero por lo general el dolor es orgánico.
–¿Y vos querés ir preso otra vez? ¿Ya te olvidaste lo que sufrió papá?
–Los hijos no somos de los padres, somos del mundo. Vos sos padre, sabés lo que se sufre la muerte de un hijo. Nadie se recupera de eso pero además ¿no decís que los asesinos están en el pueblo? Y si no están acá, están en otro lugar donde hay otros chicos y chicas. Vos sabés como es eso de la impunidad. La impunidad multiplica las posibilidades de que lo terrible vuelva a ocurrir. Hoy son estos chicos y si no pasa nada tres tipos te agarran mañana y te violan una nena, si total, no pasa nada. Vos sabés como es la justicia en este país bebe, es clasista, se compra y se vende. ¿No me dijiste que las mamás de esos chicos son pobres? Los pobres no tienen justicia. Si alguno de esos chicos fuera hijo de un político o un empresario los asesinos ya estarían presos.
–¿Vos te volviste loco? ¿Ya te olvidaste que con el violador casi nos cazan? Le metiste la pata de la silla medio metro, casi lo matás.
–Y no me arrepiento. La violencia desde arriba engendra violencia desde abajo. El violador ese arruinó a una mujer de por vida. Bueno, si no te parece, hagamos un simulacro entonces. No sé, algo, una carta a la familia, lo secuestramos un par de horas, días, qué se yo.
El bebe se quedó en silencio, sosteniéndome la mirada con el cigarro en la boca y las manos en los bolsillos del gamulán.
–Puede salirnos mal, muy mal.
–Mañana más tranquilos si querés lo charlamos, ahora vamos a dormir. Quedó estofado en casa y tengo el último disco de Steve Wonder y un inédito de Atahualpa, no te lo había dicho. Lo charlamos bien mañana antes de que vayas a buscar el nene. Muero por tenerlo en la falda un ratito y que me muestres lo último que compusiste.
El bebe estuvo de acuerdo. Caminamos una hora y atravesamos la ciudad fría, con los guantes puestos, echando humo, dormimos abrazados. Al día siguiente se sumarían sus dos chicos.