*Tomado del perfil personal en Facebook del autor, quien es miembro del equipo editorial de La Tizza.
La Joven Cuba (LJC) lo vuelve a hacer…
Lo peor de la derecha cobarde cubana — esa que se disfraza de izquierda, que utiliza símbolos de la izquierda histórica — es su pusilanimidad al abordar los problemas cubanos.
La más reciente composición textual de LJC lo pone en evidencia.
Tras la salida de la camarilla anterior — y un número de sus adláteres más cercanos, algunos de los cuales, por salir, se fueron hasta del país — y la «segunda temporada» inaugurada por su fundador; LJC trata de hacerse más «presentable», porque entre 2020 a 2023 llegó muy lejos en su derechización y se le veía demasiado el plumero. Lástima que solo es una farsa.
LJC — no sé si lo saben sus escribidores— funciona — como sucede en buena parte de los países occidentales— como un lugar de militancia, como un partido político — no tiene que ver con que en Cuba solo haya un partido político; cada vez más las personas «militan» en medios de prensa y «páginas de propaganda mediáticas», como es el caso de este libelo digital— .
Desde ahí, trata de ubicarse por encima «del bien y del mal», por encima de los «extremismos políticos» — para eso se montaron un chiringuito nuevo: un «cegatorio»—, por encima «de la derecha y de la izquierda», es decir, tratan de ubicarse en el «extremo-centro» — como diría en el Reino de España Edmundo Bal, dirigente de un partido político que, al igual que LJC, trataba de ubicarse por encima de todo eso, trataba de no presentarse como «ni de derecha, ni de izquierda», siendo como fue, en realidad, un artilugio contra la izquierda, con cuadros de la derecha, quien la ha terminado utilizando para sus fines porque, sencillamente, no existe el «extremo centro», solo la derecha cobarde. No voy a meterme en el estercolero de que si «centrismo», porque esa discusión, en el verano de 2017, no se saldó de una manera feliz — .
Lo más pusilánime de la última composición — como aquellas que le pedíamos a los niños de 5to grado— de LJC es ese intento de «echarle a todo el mundo» para, en realidad, terminar cargando contra lo único que sabe cargar LJC hace mucho tiempo: el Estado cubano.
El problema principal es el punto de partida, el marco de análisis en el cual se ubica este libelo para producir sus hipótesis de trabajo. El marco de análisis es que es tan responsable, tan culpable de la crisis cubana, el gobierno cubano como el de los Estados Unidos. Siendo así, todos los cubanos somos rehenes de dos «extremismos políticos» que no se entienden.
No es la primera vez en el último tiempo que LJC intenta hacer esta operación. Lo viene haciendo como parte de su intento de hacerse presentable ante todos.
LJC hace rato abandonó — o nunca lo hizo en serio ¿quién sabe?— hablar de socialismo, a pesar de que usufructúa y trafica con el nombre de una organización fundada por un comunista cubano sin carné de hace casi un siglo. Por cierto, en los estándares de LJC, Antonio Guiteras era no solo un violento, sino un extremista.
LJC se ase (de asir) a una noción de «ciudadanía», tan válida como difusa en el marco de análisis de ese libelo. No es lo mismo la ciudadanía en los marcos de un Estado burgués liberal, que en un Estado fascistizado, que en un Estado monárquico, que en el Estado cubano. La indefinición no es gratuita. La comparación que hice más arriba con el (casi desaparecido) partido político español explica cómo este libelo apela a los mismos significantes, vaciándolos de contenido y rellenándolos con ideas más vagas, que los encargados de buscar un nuevo nombre para esa página de propaganda.
La más reciente composición de LJC «compra» todos los lugares comunes de la reacción derechista cubana: el entrecomillado de los logros históricos de la Revolución; las «mansiones» reales y supuestas de los que le interesa ver, la indefinición sobre si llamar bloqueo al bloqueo, o ponerle una hojita de parra con el nombre de «embargo», los discursos sobre los «autoritarismos»… sobre algunos comentaré.
Lo más aberrante de esta etapa de LJC es negar, por pasiva, el bloqueo y la guerra económica contra el pueblo cubano. Es aberrante. El solo hecho de aceptar que «“bloqueo” o “embargo” [es una] terminología irrelevante», ¡«irrelevante»!, da cuenta de ello. Eso es como decir que «holocausto» o «solución final» es una terminología irrelevante para describir el genocidio nazi contra los judíos. A la vez, y como consecuencia de lo anterior, buscar equidistancia en la responsabilidad de la depauperación de la situación cubana entre el bloqueo gringo y el gobierno cubano es como tratar de buscar equivalencia entre la ocupación nazi en Polonia y la resistencia del guetto de Varsovia o — ya que estamos en ello— entre el genocidio de la ocupación sionista y la respuesta de la Resistencia palestina. No es esta la primera vez — y, con certeza, no será la última— que hacen semejante operación de blanqueo del bloqueo y, por lo tanto, de complicidad con él. Adopta otras formas también: hay algún punto donde le llaman «sanciones» — siendo sanciones el castigo que reciben quienes se han portado mal, con lo cual compran el relato de que, como Cuba se «portó mal», merece ser «sancionada» — ; hay otro punto donde le llaman «medidas coercitivas unilaterales», con lo cual, en ambos casos, no solo rebajan la carga semántica que tiene el término bloqueo — que es con el cual la Asamblea General de la ONU lo rechaza cada año— sino que tratan de hacerse presentables ante quienes insisten en que se trata de un «embargo» y no de un sofisticado y entramado sistema de persecución financiera, comercial y jurídica cuyo daño es incalculable y no solo porque no se pueda medir en términos económicos.
La última composición de LJC habla del «contexto de subdesarrollo que nos tocó vivir», como si la condición de subdesarrollo fuera el resultado de estar ubicado a los 23° al norte del Ecuador y no la consecuencia de una política del centro imperialista, cuya esencia aún no ha desaparecido.
Contexto de subdesarrollo es que, por ejemplo, el Reino de España aún no se haya disculpado por la invasión de 1492 ni por sus aberrantes consecuencias económicas y políticas, ni que se haya siquiera propuesto una compensación no ya por esos efectos en general, sino por las consecuencias del tráfico esclavo trasatlántico. Contexto de subdesarrollo es la asimetría en las relaciones entre los países del Tercer Mundo, Cuba entre ellos, y el centro imperialista; expresada entre otros ejemplos en que los europeos pueden viajar de turismo sin necesidad de visado, pero a la inversa no; en que los europeos se creen con derecho a «tener preocupaciones sobre derechos humanos», pero a la inversa no; en que si a los europeos les dio un día por considerar que el petróleo, el carbón y el gas eran «malos malísimos» para el medioambiente, ya iban a hacerle más difícil a los países del Tercer Mundo acceder a ellos; hay un largo etcétera. Hablar del «contexto de subdesarrollo» como si fuera el estado del tiempo como mínimo expresa ingenuidad, como máximo, ocultación interesada.
La gestión económica del gobierno cubano sobre la economía puede ser valorada de todas las maneras que a la gente se le ocurra. Pero tratar de aislar la gestión económica del gobierno cubano de factores externos con altísima influencia en la dinámica interna o bien es desconocer que no existe ya nada como las economías nacionales o, peor, es hacerse cómplice de los intentos — bastantes exitosos— de desestructurar esa economía por parte de los Estados Unidos.
En Cuba hay un cambio de paradigma. Introducción a la serie de artículos publicada en Science & Society por el 65 aniversario de la Revolución cubana
El bloqueo y la guerra económica contra los cubanos — «todos los ciudadanos cubanos ESTÁN BLOQUEADOS», dice, literalmente, el sitio web del Departamento del Tesoro de los Estados Unidos— no es un dato de la realidad a la cual adaptarse ni «una constante» — ni que fuera el número de Euler — , ante la cual habría que «centrarse en las variables que sí puede transformar». La declaración servirá para limpiar un poco la conciencia, pero no resuelve, en la práctica, el drama de un país que tiene cada día que hacer frente a escenarios que cambian con cada nueva perversidad de las medidas del bloqueo. De hecho, no poco de las historias de falta de transparencia en el manejo de fondos y otras operatorias tienen su origen en la existencia misma de esa guerra económica. Así que, como el subdesarrollo, tampoco la existencia del bloqueo es algo a lo cual hay que adaptarse.
En otro punto, LJC intenta blanquear la responsabilidad de los economistas en el rumbo capitalista de las reformas en curso. No, no fueron los «gúrues» de la administración gubernamental los que hace más de diez años dijeron que «Si mañana Obama levanta las restricciones de viaje — lo cual no va a suceder— tendremos que darle a cada militante del Partido la tarea que le alquile su casa a los americanos, porque aquí no tenemos infraestructura hotelera para eso»; tampoco fue algún ministro — sino un sujeto que ha tenido su espacio en el libelo LJC— quien dijo que «una ciudad donde no se ven grúas construyendo edificios altos no es una ciudad que prospera», ni el que dijo, en 2010, que «habría que ver qué hacemos, porque el último gran hotel construido en La Habana fue el Cohíba»; tampoco fue un funcionario estatal el que alabó al mercado como «un contexto».
Es interesante que en la composición textual de LJC se hable, como una señal de la apertura y diversidad de Cuba, de que el Estado «ha perdido el monopolio absoluto» en un ámbito donde «ejercía el control: el empleo». Es tan interesante como omiso de que esos economistas no gúrues de la administración cubana alabaron que esos trabajadores del sector estatal que trabajan 60–70 horas semanales ahora «están aprendiendo lo que es cultura del trabajo»; es tan omiso como no mencionar cómo esos trabajadores están fuera, en la práctica, de la seguridad y de la asistencia social, de los beneficios de la licencia de maternidad, de la sindicalización, de la negociación colectiva, de las vacaciones anuales pagadas, entre otras. En la práctica, LJC asume que esa apertura y diversidad es mejor que el escenario anterior. Le tengo noticias a LJC, se hacen cómplices de la restauración capitalista, a pesar de su pretendida equidistancia.
LJC en su querer estar por encima del bien y del mal, alejada de todos los extremismos, vuelve a la carga contra lo que denomina los «autoritarismos» del Estado cubano. Ya un articulista de ese libelo — quien después dio el salto a El Toque y ya anda por Radio Martí— se embaucó un día al confundir autoridad y autoritarismo, como si fuera lo mismo el fondue de queso y el queso fundido. La coartada de hablar del autoritarismo sirve para eso, para ser utilizado como coartada y perfumarse de crítico sin comprender la condición represiva de todos los Estados, incluyendo el cubano, y que, la adopción de formas autoritarias en el funcionamiento del Estado cubano es también consecuencia del enfrentamiento a una hostilidad como la de los Estados Unidos. Pero, ya sabemos, para LJC es igual de autoritario el régimen nazi que los defensores del guetto de Varsovia.
A ello hay que sumar la asunción de que el discurso de la «resistencia» es «cínico» porque — en esa lectura esencialista y desconocedora de la realidad— lo hacen desde no-sé-cuáles mansiones en no-sé-dónde; o lo que es peor, que es equivalente — «harina del mismo costal» llegaron a decir— al que llama al cambio de régimen violento en Cuba. No, ni existe cinismo en el discurso de la resistencia, ni es equivalente a quienes llaman al caos en Cuba.
Al intentar encapsular el discurso de la resistencia — y burlarse, de facto, del mismo— en el ámbito de la dirigencia cubana, los escribidores y el libelo mismo de LJC desconocen que la realidad es mucho más rica que eso. «Resistencia» le he visto pedir a la delegada de circunscripción de mi barrio, una persona de la tercera edad, delegada cuatro veces y activa como pocas. «Resistencia» le he visto pedir a una dirigente barrial a un delegado que pensaba que las 10:00 de la noche era muy tarde para estar recibiendo parte de los problemas de la comunidad. «Resistencia» le he visto pedir a los linieros que tras cada huracán tratan de arreglar todo lo más pronto posible. La lista de quienes han hecho — sin romantizar nada, ni comprar el lenguaje paralizante de la «resiliencia», tan en moda— «resistencia» es muy larga y, las más de las veces, desconocidas. Hablar de que «resistir» es solo un discurso gubernamental no solo es manipulador — y manipulador en los mismos marcos de la derecha— , sino falso y desconocedor de la realidad.
Peor aún, es el intento de equiparación con quienes — sí, en efecto, desde fuera de Cuba, porque su valor solo le alcanza para sus gritos en Facebook— llaman, promueven y glorifican el genocidio como condición para una sublevación popular que se lleve por delante el régimen actual.
No, no son los mismos los que intentan buscar una salida a la crisis en el estrechísimo margen de maniobra que les deja la guerra económica, que los que apuestan por el reforzamiento de la olla de presión como estrategia. No hay equivalencia entre el accionar, incluso torpe, de quienes creen que una solución es el turismo y quienes creen que la mejor manera de hacer implosionar el país es que no haya ningún turismo — no porque vaya a haber más campos sembrados, sino porque con hoteles vacíos no hay ingresos, y si no hay ingresos no hay comida, y si no hay comida hay hambre y sublevación—. No puede haber equidistancia — que no sea una equidistancia cómplice con el genocidio— entre quienes sufren las consecuencias de haberse quedado en Cuba y quienes creen que pueden accionar el «botón nuclear» de un «parón de las remesas». No hay equivalencia entre quienes se sienten respaldados por todo el aparato de una potencia extranjera y quienes, a lo sumo, tienen confianza en lo que pueda hacer su gobierno — el cual, mal que le pese a algunos, es legítimo—. No hay equivalencia entre quienes defienden el resultado del pacto social (no ya de 1959, 1961, 1976 o 1992) emergido de la Constitución de 2019 y quienes, la misma noche del 24 de febrero de ese año ya llamaban a que nos hundiéramos en el mar. Intentar el malabarismo político — cobardía moral en este caso— de la falsa equivalencia entre una y otra cosa podrá comprarle tiempo y presencia políticas a LJC, pero no compromiso con la verdad.
LJC está preocupada por el presunto «inmovilismo» del gobierno cubano y por que un estallido social de enormes magnitudes sería responsabilidad «o del imperialismo o del comunismo», frente al cual poco se podrá hacer; ni siquiera después de que LJC nos hubiera regalado un cegatorio para evitar el extremismo político. Sobre esto, un par de cosas.
Una: inmovilismo no ha sido, en rigor, lo que ha caracterizado al gobierno cubano desde 2007 hacia acá. El único problema a discutir, a lo sumo, es la dirección y la velocidad de ese movimiento. LJC ha demostrado tener más preocupación porque el movimiento no va en la velocidad adecuada de la restauración capitalista, aunque intente la equidistancia. El sector de la (renaciente) burguesía cubana tiene la preocupación de que el movimiento no nos está llevando con la suficiente velocidad hacia el libre mercado. El sector de la burocracia cubana tiene la preocupación de que el movimiento no les vaya a llevar por delante sus privilegios. De hecho, quizás la cuestión es que «eppur si muove», pero no hacia donde los comunistas quisiéramos que lo hiciera y hacia donde los comunistas queremos que vaya es, probablemente un extremismo político para LJC, porque significa, ni más ni menos, hacia la abolición de toda forma de explotación capitalista.
Y dos: si llegara un momento de profundo quiebre social, resultado de los efectos combinados del bloqueo y de los errores internos — comenzando por aquellos inducidos por la guerra económica— no hay manera de tomar equidistancia en si la culpa es del «comunismo o del imperialismo». A Cuba el imperialismo mundial (que no son solo los Estados Unidos, pero ellos sobre todo) no le perdona, en 2024, lo que hicimos en 1959 y durante estos 65 años.
Si se produjera un quiebre social, un estallido, una guerra civil, la destrucción de la nación no será por culpa del comunismo, ni LJC va a poder buscar falsas equivalencias. En ese escenario, los cómplices por activa o por pasiva serán tan responsables como el imperialismo y los capitalistas internos y LJC no escapará al criterio de la historia.
¡Muchas gracias por tu lectura! Puedes encontrar nuestros contenidos en nuestro sitio en Medium: https://medium.com/@latizzadecuba.
También, en nuestras cuentas de Facebook (@latizzadecuba) y nuestro canal de Telegram (@latizadecuba).
Siéntete libre de compartir nuestras publicaciones. ¡Reenvíalas a tus conocid@s!