Por Saúl Octavio Sánchez
Con el interés por diversificar las maneras en que expresamos nuestros contenidos, La Tizza comienza la publicación por entregas de la noveleta Cuba interior (o El mago que se la tragó).
1.
Los sucesos de La Habana 2020 son historia. Los enfrentamientos callejeros que desbordaron la ciudad y la arrasaron, provocados por la ancestral manía de los cubanos de alinearse en blanco y negro –sin matices–, por el soplo de un desacuerdo estético, por una acalorada y alcohólica bronca entre músicos, hoy son «nada». Acaso unos heridos, un par de secuestros, muchos ejercicios de oratoria y más prensa; y ahora, solo unas memorias vacías. Hoy comienza una nueva ciudad: esta es La Habana 2022.
Los titulares anuncian la visita del famoso mago británico Joshua Irving, un rubio de seis pies, delgado, de ojos saltones y pecas que, por esa gracia de Dios de no hacernos a su semejanza, se ha convertido en el mortal con mayor habilidad para transformar su cuerpo. Era apenas conocido en Cuba, pero desde que manifestó su intención de actuar en la isla ha pasado de prohibido a obligatorio, y bombardean spots televisivos que lo presentan como un nuevo Houdini a lo interior. Puede tragar cadenas, botellas, piedras, automóviles y libros sin padecer daño alguno.
Arribó a La Habana una tarde gris de diciembre, en un A-620 con bandera inglesa. Con paso lento, apoyó los dos pies en cada escalón y descendió de la nave hasta tocar la alfombra roja que se extendía por unos diez metros. Fue recibido con honores de Jefe de Estado: el Presidente le tendió su mano blanca, la intérprete repitió su emotivo saludo, la banda de música escupió los acordes del himno británico, la compañía de ceremonias salpicaba con paso marcial los charcos de la persistente llovizna y los periodistas se agolparon alrededor de la puerta de entrada al salón VIP del aeropuerto. La rueda de prensa se extendió por tres cuartos de hora. Los periodistas del sistema informativo de la Televisión Cubana solicitaron declaraciones sobre la conducta política de la Unión Europea hacia Cuba, los colegas de los noticieros deportivos pidieron comentarios sobre el match que sostenían en Londres Michael Adams y Lázaro Bruzón, la locutora del Noticiero Cultural requirió el programa de sus presentaciones y un periodista que se definió como «independiente» se preocupó por la salud del antiguo Primer Ministro Tony Blair.
Una caravana desfiló por la avenida Rancho Boyeros, bajo la mirada de una multitud de personas que agitaban banderas cubanas y británicas a la orilla de la carretera. Con marcado entusiasmo, el mago saludó a través de la ventanilla entreabierta del tercer automóvil y la brisa húmeda le dibujó unas gotas de agua en el rostro, que lo acompañaron hasta el lobby del Hotel Nacional de Cuba.
Joshua Irving se lanzó sobre la cama amplia de la suite y sintió un agradable olor a Lavanda. Todo el peso del viaje cayó sobre sus hombros, se acercó a la nevera buscando whisky y se topó con una botella de ron cubano oscuro. «Voy a probar esto a ver qué tal». Se sirvió un trago con dos cubos de hielo, hizo tres llamadas desde el celular, volvió a la cama y se durmió.
Lo despertaron unos toques en la puerta, miró el reloj y confirmó que las tres horas de sueño no quitaron la carga de sus hombros. El trago se derramó en una esquina de la cama y la lluvia continuaba sonando en las ventanas.
– ¡Sí! –
– Señor — reconoció la voz de Margueritte, una de sus ayudantes.
– Entra por favor –
– Vine a ratificar el programa –
– Claro, ¿qué tenemos? –
– Bueno, son las 8 y 30 de la noche. En una hora salimos a una recepción en la residencia del Embajador Británico –
– Hmmmm –
– La señorita Kate escogió su ropa y si está de acuerdo se la trae –
– Está bien, envíala en media hora para tener tiempo de tomar una ducha y por favor, pídeme algo de comer –
– ¿No esperará la recepción? –
– No creo que allí me den muchos respiros para quedar satisfecho… –
– Es cierto –
Margueritte se dirigió a la puerta y sus delgados y blancos labios esbozaron una sonrisa. Llevaba quince años al servicio del señor Irving durante los viajes al continente americano y nunca había tenido contratiempos, o por lo menos, el señor Irving no se enteró. Su delgadez cuarentona escondía una agilidad y perfeccionismo en el trabajo que la situaron como una de las colaboradoras más cercanas al mago.
Con paso apurado cruzó el lobby del Hotel Nacional, respondiendo a los saludos del personal de servicios. Ernest, uno de los guardaespaldas que hizo el viaje con él, abrió la puerta trasera del segundo auto que de inmediato inició la marcha. Unos minutos después, bajo la pertinaz llovizna, descendió de la limosina Mercedes Benz frente a la mansión ubicada en 15 y Paseo. Guarecido por un gigantesco paraguas que sostenía Ernest con su mano izquierda, fue recibido en la entrada de la residencia por un funcionario de la embajada, cruzó el pasillo y ya dentro de la instalación recibió el saludo del Embajador, el agregado cultural, el cónsul, el primer vicepresidente del gobierno cubano y sus respectivas esposas.
Un amplio corredor los llevó a la sala principal; en el trayecto, tuvo que mover la cabeza una docena de veces –de izquierda a derecha– debatiéndose entre la atención al embajador y a la dulce Margueritte, que servía de intérprete al vicepresidente cubano. El salón le ofreció una temperatura agradable, las lámparas de techo brindaban una excelente iluminación y los olores le provocaron un imperceptible movimiento de labios. Acompañado por Margueritte, Ernest, el embajador y el vicepresidente, se dirigió a un reservado en la esquina derecha del salón, descansando en unos asientos alrededor de una mesa pequeña; excepto Ernest que permaneció de pie. Un joven mesero se acercó y la asistente del mago le precisó el pedido: un Gin Tonic para Joshua, una copa de vino de Oporto para ella y unos canapés.
– ¿Desea algo embajador? — dijo en inglés el mesero.
– Por favor, una copa de tinto de La Rioja. Sabes de cuál cosecha –
– ¿Y usted vicepresidente? — ahora habló en perfecto español.
– Un sencillo de Añejo Reserva con dos cuadros de hielo –
– ¿Y usted señor? — se refirió, de nuevo en inglés, a Ernest.
– Nada –
La velada se extendió durante dos horas y media, que echaron por tierra el sueño reparador en la cama con olor a Lavanda del hotel. Joshua Irving saludó a un centenar de personas y dedicó –al menos a una decena– cinco minutos de conversación. Tenía los labios secos y un ligero escozor en la mano derecha, pero su mente estaba clara. Apenas bebió tres Gin Tonic y se orientó luego al café expreso, un café fuerte, como siempre prefirió y del que guardaba un recuerdo idílico de su primera visita a Colombia. El camarero le dijo el nombre… «¡Café Serrano!, ya recuerdo». Lo grabó en la memoria para llevarse unos paquetes a Inglaterra. Fue ese el mejor saldo de la noche, el sabor y el nombre del café Serrano, porque la caja de tabacos que le obsequiaron serviría para su hermano Patrick… Él no fumaba tabacos.
Aun estaba agotado cuando sonó el teléfono de la habitación. Se pasó las manos por los ojos y extendió el brazo.
– ¿Si? –
– Señor, el programa comienza en una hora. Le pedí el desayuno, deben estar lle…. –
– Están en la puerta, está bien. Nos vemos aquí en 25 minutos –
Bebió el café lentamente, al tiempo que encendió su ordenador y consultó los titulares de la BBC y el New York Times. Comió dos lascas de queso untadas con crema de manzana y bebió la mitad del jugo mientras caminaba al baño. Joshua Irving era un inglés diferente, despreocupado, que bebía el café fuerte en doble dosis matutina y andaba desnudo por la habitación del hotel. La inglesa condición metódica solo se expresaba al devorar con sus ojos, palmo a palmo, el traje escogido por su asistente; en tres ocasiones eliminó con sus dedos lo que identificó como pelusas de hilo.
Justo a las 8 y 55 Margueritte golpeó dos veces a la puerta.
– ¿Necesita algo señor? –
– No, todo está bien, ya salgo –
El programa de actividades de la jornada fue bien agitado. Colocó una ofrenda en la Plaza de la Revolución, sostuvo conversaciones oficiales con el Ministro de Cultura y el Director del Circo Nacional, visitó la Escuela Nacional de Arte, donde realizó una donación de materiales de los que no tenía la menor idea y, por último, inauguró el Círculo Infantil «Solidaridad con Londres». Mientras cortaba la cinta, entre los vítores y aplausos, se preguntó si escucharía bien a su asistente cuando le dijo el nombre de esa institución. Le pareció más bien ridículo: «¿Solidaridad? ¿Con qué se iban a solidarizar los cubanos con los ingleses?».
Su primera actuación en La Habana comenzaría a las 11 de la noche en el Cabaret Parisien del propio hotel donde se hospedaba. Por fortuna, el programa le ahorraba trasladarse en auto por una ciudad mojada y gris. Acordó con Margueritte una presentación sencilla, sobria, que le permitiera descansar y estar listo para su actuación estelar al siguiente día. La noche superó sus expectativas. La primera hora transcurrió en una animada y relajante conversación con sus acompañantes cubanos, en esta ocasión un Viceministro de Relaciones Exteriores y su esposa, a la sazón Jefa del Departamento de Relaciones Internacionales del Ministerio de Cultura. Tras 15 minutos cargados de frases formales, presentaciones y cortesías mutuas; la charla transitó a la música utilizada por Joshua en sus presentaciones y el funcionario cubano se manifestó amante y conocedor de las creaciones de Ennio Morricone y sus composiciones para películas como Por un puñado de dólares, La muerte tenía un precio y El bueno, el feo y el malo. Repitieron fragmentos de Clint Eastwood, adoptaron algunas de sus poses y rieron de las imitaciones. Joshua reconoció sus limitados conocimientos del arte y la literatura cubanos, pero confesó que el único libro que leyó escrito por un hijo de la isla ocupaba el segundo lugar entre sus preferencias, después de El guardián en el centeno de Salinger.
– Me leí ese libro de Salinger, me gustó mucho –dijo el funcionario cubano– ¿y cuál fue el libro de un escritor cubano que leyó? –
– El escritor se llama Eliseo Alberto y el libro… algo sobre la eternidad y el lunes –
– Ahhh, sí, ese es Lichy Diego –hizo una pausa– no he leído ese libro. Lichy era hijo de otro excelente escritor. Yo lo conocí hace quince años en México, él vivía allá. En realidad, aquí sus libros no se publican mucho. Murió hace unos años –
– Pero era un hombre joven, ¡qué lástima! ¿Y tiene otras novelas? –
– Si. Una lástima. Me comprometo con usted en conseguir otras de sus novelas y enviárselas a través de la embajada. Hablaré con un amigo que está en el servicio exterior allá en México –
– Sería muy bueno. Me gustó el mundo que construyó Eliseo en esa novela y me identifiqué con todo aquello del mago y … bueno, tendrá que leerla –
– Lo haré. Igual puedo enviarle algunas otras cosas de escritores cubanos actuales. ¿Qué le interesa? –
– Las novelas principalmente… pero nada de policíacos, por favor –
– ¿Y poesía o teatro? –
– No en especial. No leo mucha poesía y, además, después de traducirlas al inglés pierden su peso –
– Es verdad –
– Ahhh, y nada de política… Bueno, debo salir en diez minutos, voy a prepararme –
– Claro. Ha sido un placer. Lo veo al culminar su acto –
– También ha sido un placer –
La agradable aureola nocturna se completó con una sencilla presentación, cargada de recuerdos que trasladaron a Joshua a los inicios de su carrera en el metro londinense. Un programa a base de cartas, juegos manuales y desapariciones sencillas, que remató entre el júbilo de los presentes con la deglución de un vaso de cristal y una bandeja redonda y plástica. Había recuperado sus fuerzas y penetró en una calma limpia, prendida a la memoria de un pasado menos fastuoso, casi humilde, pero lleno de libertad y sueños.
Joshua Irving durmió como un niño. Ernest y Margueritte se encargaron de evitar cualquier interrupción, llegando al punto de diferir las llamadas del embajador y de Kathleen, la esposa del mago, que en esta ocasión decidiera no acompañarlo en su viaje a Cuba. La asistente se las ingenió para conocer la preocupación de Kathleen y solucionar los problemas de la mujer con la tarjeta de crédito.
El mago se despertó cerca del medio día con un hambre atroz y contrario a su costumbre, pidió un desayuno fuerte. Al correr las cortinas, lo sorprendió un sol ardiente y un mar tranquilo, que matizaban la visión gris que acumulara de La Habana desde su llegada. «Son las altas presiones» pensó, recordando el comentario de Margueritte cuando lo tranquilizó con el anuncio de un cambio de tiempo para la noche de su actuación multitudinaria.
Le quedaban unas horas antes del ensayo vespertino, que aprovechó en conversaciones con su familia por FaceTime y lectura de la prensa. En una búsqueda más amplia que de costumbre, hurgó con la ayuda de Internet en los artículos que comentaban su visita a la capital cubana. Ya cercana la hora de salida, devolvió la llamada a Kathleen.
– Hola amor, ¿dónde estabas? –
– Tuve que ir de compras. Me avisaron anoche de un evento de beneficencia organizado por la UNICEF, en el que realizarás una donación –
– Qué raro. Siempre avisan con suficiente tiempo –dijo extrañado Joshua– ¿y de qué es el evento? –
– Algo por el conflicto de Sudán y los daños a los niños –
– ¿Sudán? Ya. ¿Te ocupaste de todo? –
– Sí. Hablé con Rudish, ese judío me puso trabas; pero Margueritte lo llamó en tu nombre y todo está hecho –
– Discúlpalo amor. Solo cumple con lo que he dicho de las finanzas –
– Sí, claro –Kathleen no ocultó su desagrado por Ayton Rudish, el financiero de la familia Irving. El hombre cumplía todo el cliché: judío financiero y encima tacaño– bueno, no tiene importancia –
– Espero me representes bien, ¿tienes que hablar? –
– No, solo entregar el cheque y sacarme algunas fotos con el representante de UNICEF y el embajador –
– Te vas a perder mi espectáculo –
– Lo mismo de siempre, ¿no es así? –
– No creas, después de la actuación hablamos. Me tengo que ir –
– Adiós –
Joshua Irving examinó con rigor el lugar escogido para la presentación de esa noche. La Tribuna Antimperialista «José Martí» era una amplia explanada junto al malecón habanero. Se reconstruyó tres años después del paso del huracán Irma, que en 2017 dejó a su paso solo pavimento y faroles. Le preocupaba la fuerza del viento y una probable penetración del mar, aunque le anunciaron que la banda de altas presiones auguraba una calma nocturna, apenas interrumpida por alguna brisa del norte. Le agradó la altura del escenario, que alejaría a los curiosos en sus intentos por develar los secretos de sus números y le daba una visión bastante abarcadora del público presente. Sus asesores técnicos precisaron con la parte cubana el lugar de ubicación de las cámaras, reorganizaron el sistema de iluminación y fijaron los sitios en que debían alzarse las pantallas gigantes para reproducir la actuación del mago. Una pequeña brigada colocaba, bajo la tutela del jefe técnico Browlin, una tela de protección contra el viento en la parte norte del escenario y una gigantesca pieza de madera pintada de negro que serviría como fondo.
– ¿Qué cantidad de público esperan? — le preguntó con la ayuda de su asesora al director de la instalación.
– Calculamos que unas veinte mil personas –
– Es una buena cifra –comentó el mago– ¿y cómo pretenden garantizar el acceso y la seguridad? –
– Bueno, ahora mismo su jefe de seguridad revisa los detalles con el jefe de la policía de La Habana –el director de la Tribuna Antimperialista hizo una pausa para dar tiempo a la traducción de Margueritte– se han seguido estrictamente las indicaciones que su oficina envió desde Londres y se han incorporado otras acciones. En cualquier caso, podemos solicitar la presencia del Coronel Álvarez para que le puntualice los detalles –
– No es necesario, confío plenamente en Ernest y estoy seguro que él evaluará todo. ¿Y el acceso? –
– Ahhh si, el acceso, o mejor, los accesos. Por aquella zona –dijo y señaló con el brazo hacia la parte este– deben arribar los habitantes de la región este; por acá –realizó una media vuelta y se situó de frente a la madera negra de fondo– los que vienen de los municipios Playa, La Lisa, Marianao; y tenemos otras cuatro entradas para los que arribarán desde el sur de La Habana. Son en total seis entradas y estas del Malecón son bastante amplias –
Joshua, que realizó con la mirada el recorrido trazado por el brazo de su interlocutor cubano, asintió. «Todo parece estar bien».
– Señor –lo interpeló su asistente– ¿desea bajar al salón? –
– Si, vamos –
Guiado por el director de la Tribuna Antimperialista descendieron unas escaleras situadas en el lateral del escenario y fueron a dar a una sala climatizada, cómodamente amueblada, en que fueron recibidos por una mesera que a Irving le pareció recordar de la recepción en la residencia del Embajador.
– ¿Desea algo señor? — le preguntó en inglés.
– Por favor, un vaso de agua y un café –
– Para mí un jugo natural — pidió Margueritte.
– Y yo un cortadito –
– ¿Qué pidió él? — preguntó Irving.
– ¿Señor….? –
– Alonso, mi apellido es Alonso –
– Me pregunta Joshua que pidió usted –
– Un cortadito. Es un café con algo de leche, me suaviza un poco el café, porque yo bebo mucho y a veces me ataca la gastritis –
Margueritte repitió las palabras al mago, que navegó en las diferencias entre el agradable café que bebía en Cuba y la mezcla insípida, aguada, que preparaban a diario en su casa londinense. «Tengo que llevarme ese café Serrano. ¿Tendré que llevarme a alguien para que lo prepare?», pensó.
– Bueno, si todo está en orden, sólo queda mi parte –
– Espero que nos sorprenda hoy en la noche — dijo sonriente Alonso, al tiempo que extendió su mano derecha al mago.
– Eso espero — Joshua retribuyó el saludo y esbozó una leve sonrisa como preludio de lo que el público cubano disfrutaría en apenas cuatro horas.
2.
Amaya cerró la carpeta con brusquedad, cruzó las manos sobre la mesa y lanzó una mirada fulminante a Javier. La reunión se extendió una hora más de lo planificado y ella perdió la paciencia, se enredó en una discusión con Javier y José Carlos, los abanderados de las protestas y desacuerdos entre los primeros secretarios de la UJC de las provincias. «Me tienen cansada estos dos. ¿Hasta cuándo tengo que soportar sus cuestionamientos? Tengo que salir de ellos», para encubrir estos pensamientos dulcificó la mirada y sonrió.
– Bueno, escuchamos todas las opiniones –dijo en términos concluyentes– podemos valorarlas después, pero la orientación creo que está clara y hay que cumplirla –se dirigió al hombre sentado a su derecha– Noel, ¿usted quiere agregar algo? –
– Ya he ido puntualizando el criterio del Partido en cada aspecto. Creo que es bueno que todos expresen sus opiniones, pero tú has dicho una cosa bien clara: las orientaciones están dadas y hay que cumplirlas. Ahora, ¡a trabajar! –
Los secretarios de la UJC de las provincias abandonaron el salón. Amaya acompañó hasta la puerta a Noel y acordaron conversar por teléfono en la tarde, pues él tenía que asistir a una reunión de aseguramientos para la visita del mago Joshua Irving a Cuba. La joven quedó a solas con el jefe del departamento de organización del Comité Nacional de la UJC, mientras guardaba su carpeta en un bolso le dijo:
– Alfredo, ¿qué te pareció? –
– En general estuvo bien. Perdiste un poco la paciencia… –
– Es que Javier no pierde oportunidad para rebatir, y últimamente se le suma el pinareño –
– Con José Carlos yo me entiendo. Voy a hablar con él. Creo que en el fondo le picó que hayamos traído para el buró a su segunda, después que él lleva tres años de primer secretario –
– Pero él estuvo de acuerdo, ¿o no? –
– Claro, ¿qué iba a hacer? –
– Pero yo le expliqué en persona que no podíamos sacarlo ahora de la provincia, con el rollo que se nos dio en San Juan y Martínez. ¿Crees que deba tener una conversación con él? –
– Eso está bueno –Alfredo hizo una pausa, sabía que la incomodidad de Amaya no estaba tan relacionada con la postura del primer secretario de Pinar del Río– y con Javier no debes entrar en esos mano a mano. Al final, todo su valor es porque sabe que está calzado por el secretario del partido de la provincia –
– ¿No viste que Noel ni se proyectó? Lo que hizo fue repetir mis palabras. Estoy segura que ese no va a llamar a nadie para comentar lo que pasó en la reunión –
– Claro que no. Pero tienes que coger calma y no perder la tabla –
– Estoy pensando proponerle a Maruchi, a su regreso, traer a Javier para el Comité Nacional –
– ¿Tú crees? –
– Lo metemos en algo de menor perfil. Al final él trabaja cantidad, su problema es que no se queda callado y siempre tiene algo que opinar –
– Puede ser una salida. Hay que ver si en Villa Clara lo quieren soltar –
– De eso me encargo yo –
– Bueno, ¿qué vas a hacer? –
– Voy a almorzar en la oficina y salgo para el acto por el aniversario de la FEEM –
La puerta del salón de reuniones daba a una recepción amplia, en la que se distinguía un buró y una mujer de unos cincuenta años que levantó la vista hacia Amaya.
– Laritza, por favor, caliéntame el almuerzo y tráemelo a la oficina –
– Secretaria, trajeron la invitación para la recepción en la residencia del Embajador británico. Me pidieron que confirmara su asistencia –
– Hazlo, voy a ir sola –
– Llamaron del departamento de asuntos generales. El acto por el aniversario de la FEEM se trasladó para el cine de la escuela Lenin, por la lluvia –
– Bueno, ya me lo imaginaba. Gracias. El almuerzo por favor, que estoy contra reloj –
El camino a la escuela Lenin le permitió repasar los compromisos de los próximos tres días. La agenda de bolsillo presentaba abarrotada la primera semana de diciembre. Miró por la ventanilla, una pertinaz lluvia inundaba la Vía Blanca. Su chofer se inclinó por este camino, dijo que se gana mucho tiempo y más con el clima así, meterse por la Calzada de 10 de octubre era infernal. Por suerte, a la reunión de primeros secretarios sólo le quedaba una sesión; pero con la salida de Maruchi, la primera secretaria para un evento en Ecuador, le correspondía a ella representar a la UJC en los actos por los aniversarios de la Federación de Estudiantes de la Enseñanza Media y las Brigadas Técnicas Juveniles. A ello se sumaron las actividades relacionadas con la visita del mago Joshua Irving a Cuba, pero como todo tiene su costo y beneficio, se le «pegó» la recepción de esa noche.
Justo cuando el auto abandonó la autopista para incorporarse a la carretera de Expocuba sonó el celular.
– Dime –
– ¿Dónde estás? –
– Camino a la Lenin, ¿tú vienes? –
– No. Para allá salió Arnaldo. Estoy concentrado en lo de Irving. Tengo que ir al aeropuerto –
– Ahhh. Qué lástima. ¿Y a lo de las BTJ? –
– Tampoco voy. Va a presidir el Ministro de Ciencia –
– Me llegó la invitación a la recepción –
– Allí estaré. Iré con Rosa Alicia –
– Me lo imaginé. Yo voy sola –
– Ve pensando en hacer un hueco para pasado mañana por la noche –
– Está bien. Después nos hablamos –
– Un beso –
El Instituto Preuniversitario Vocacional de Ciencias Exactas «Vladimir I. Lenin» se divisó al salir de la curva. La escuela recibió una reparación total, cuya última fase culminó un mes antes. La primera construcción era el edificio de los profesores y unos metros más adelante estaba la entrada principal. El chofer se detuvo ante el cable que hacía de barrera, tomó de la guantera el cartón de parqueo y lo mostró a la custodio, que le orientó el lugar para estacionar. La directora general del centro y el secretario de la UJC recibieron a Amaya González Bermúdez, segunda secretaria del Comité Nacional de la Unión de Jóvenes Comunistas y la invitaron a tomar asiento en la dirección, al tiempo que le ofrecieron –con el auxilio de los funcionarios del departamento de asuntos generales de la UJC nacional– agua y café. Llegada la hora del acto se dirigieron al cine, Amaya ocupó su asiento en la presidencia, acompañada por Arnaldo Álvarez de la Uz, funcionario del departamento de educación, cultura y deporte del Comité Central del Partido y Ana Luisa Cardentey, viceministra de educación. En ese momento, cuando se levantó y adoptó la posición de firme impulsada por los primeros acordes del Himno Nacional deseó que, en vez de Arnaldo, estuviera a su derecha, rozándole el brazo y las manos, Rafael.
Amaya escogió para la recepción el conjunto de pantalón y chaqueta negra que su madre le regaló a su regreso del primer año de misión internacionalista en Venezuela. Al llegar al amplio salón –era la primera vez que entraba en la mansión– admiró las preciosas lámparas de techo que ofrecían una excelente iluminación. También se fijó en la piscina techada, nunca había visto una igual. En el local se congregaban un centenar de personas. Realizó un rápido ejercicio de observación y localizó en la esquina derecha del salón un reservado donde se distinguía un hombre de traje que escrutaba –de pie– toda la sala. Sentados en butacones color vino estaban el mago Joshua Irving, la traductora, un funcionario de la embajada y Rafael Carreras, el vicepresidente del gobierno.
La joven se posicionó en una esquina del salón, llamando la atención por su soledad y sus atributos: una piel aceituna en perfecto juego con un pelo muy negro que le caía hasta los hombros y una figura que respiraba por el apretado pantalón, capaz de dibujar –de manera especial– sus anchas caderas. Tras quince minutos de un solitario letargo, atinó a tomar una copa de vino de la bandeja que le ofreció uno de los meseros y con ojos agradecidos distinguió la figura de su amigo Miguel Ángel, que se acercaba.
– ¿Qué haces aquí sola? –
– No conozco a nadie. Ya sabes, no acostumbro a venir a estas cosas –
– Marietta me envió a rescatarte –
Amaya distinguió, a unos diez metros, el saludo de Marietta y su gesto para que se uniera a un grupo que conversaba animadamente. Con fortuna, pensó, no pasaría el resto de la noche confinada. Además, las conversaciones con Miguel Ángel y su esposa Marietta eran siempre agradables, volvían a los tiempos del preuniversitario en la ciudad de Holguín. El Migue coincidió con ella en el pedagógico –un curso menor por el Servicio Militar– y luego trabajaron juntos en el Comité Municipal de la UJC. Después se separaron sus caminos. Amaya continuó como dirigente de la organización, ascendiendo de forma meteórica a primera secretaria de la provincia, miembro del Buró Nacional y segunda secretaria. Miguel Ángel solicitó la liberación como cuadro y se trasladó a La Habana, donde un amigo común –holguinero también– lo «haló» para una planta de producción de la empresa Labiofam y luego fue a parar a la Sociedad Anónima, encargada de la comercialización de los productos farmacéuticos de cabecera, atendiendo la región europea.
– Bueno –irrumpió Miguel Ángel en el grupo– les presento a mi coterránea Amaya –
– ¡Qué bueno «mijita»! Hacía como dos meses que no nos veíamos — la recibió con un abrazo Marietta.
Marietta realizó las presentaciones correspondientes: el encargado de negocios de la embajada británica en La Habana y su esposa; Carlos Iván Ramírez, director de una planta de producción de Labiofam y Ernesto Serrano, funcionario del Ministerio de Relaciones Exteriores. La recién llegada se incorporó como oyente, escuchando los avances que en materia de investigación exponía Carlos y las acotaciones realizadas por el Migue orientadas a la comercialización de los productos.
– Grupo, creo que es hora de asaltar la mesa — los interrumpió Marietta.
– ¿Ya llegaron? –reaccionó Miguel Ángel y ante la mirada interrogante de Amaya explicó– es la tercera vuelta de unos pinchos de mariscos que están buenísimos. No creo que saquen más –
– Vamos –
La noche se le compuso a la joven desde el encuentro con su amigo. Bebió varias copas de vino y pudo disfrutar de la comida siempre acompañada. De paso, fueron apareciendo conocidos: dirigentes del partido y el gobierno, de algunas organizaciones de masas. Pasadas las dos horas, cuando el mago Joshua Irving se retiraba con discreción, fue al baño y se cruzó con el vicepresidente cubano.
– ¿Qué tal? — le dijo él mientras estampaba un delicado beso en su cara.
– Todo bien, ¿y usted? –
– Bien, esperando a Rosa Alicia que está en el baño –
– Ahhh… -
– ¿Cómo te fue en el acto en la Lenin? –
– Todo bien, muy tranquilo. Lo de las BTJ también salió bien –
– Estás muy elegante –
– Tú también –
– Bueno, recuerda planificarte para pasado mañana en la noche. Te llamo mañana al celular para coordinar –
– Está bien –
Amaya apresuró la entrada al baño, lo justo para cruzarse con Rosa Alicia que le regaló una familiar sonrisa. La dirigente juvenil atinó a responder con un ridículo y poco cortés –así le sonó– «¿Qué hay?», que le borró la satisfacción del encuentro con Rafael.
Las diferencias de la cocina de la embajada británica y la casa de visitas se le presentaron a Amaya en toda su dimensión a las 6 y 30 de la mañana. Lo que siempre le pareció un buen desayuno, a base de pan con jamón, leche y café, se le antojó ahora un menú frugal, con el aderezo de sentir el pan más duro que de costumbre y el café más amargo. Pero no podía permitirse el lujo de «volar» el turno pues la esperaba otro día arduo de trabajo.
La casa de visitas se ubicaba en el municipio Playa, en la intersección de las calles 31 y 36. Por fortuna, en los últimos dos meses no compartía el cuarto pues Maruchi –la primera secretaria– se trasladó a un apartamento que le otorgaron como «medio básico» en Alamar. Las condiciones eran bastante buenas, de hecho, era la casa con mejor situación constructiva de las seis con que contaba el comité nacional de la UJC. Se decidió que vivieran allí los miembros del buró y para Amaya fue un oasis después de su experiencia de dos años en la casa de cuadros de 13 y E en el Vedado, con sus paredes desconchadas, los aires acondicionados defectuosos, la cantidad de comensales y el siempre incómodo hecho de compartir habitación con otras dos cuadros.
Sin embargo, todo eso era pasajero. Su mayor frustración era la distancia que la mantenía alejada de su esposo y sus dos hijos pequeños, que vivían en Holguín. La promesa de temporalidad de esa separación –asumida por el jefe de cuadros del comité central del partido que le propuso la promoción– iba para dos años y medio. Cierta esperanza le llegó con la asignación del apartamento a Maruchi, porque la otra solución para ella resultaba inviable: trasladar a su familia a la casa de visitas de 31 y 36. Cometer esa locura era aplazar la posibilidad de conseguir un apartamento e implicaba un sacrificio tremendo para sus hijos: atemperarse a una ciudad nueva, avasallante, a nuevas escuelas y regresar cada tarde para habitar un reducido cuarto, con tres camas apiñadas y sin ninguna intimidad.
El sonido del claxon anunció la llegada del carro justo a las siete de la mañana. Tomó la taza de café que le extendió Luisa, la cocinera de la casa, y con la carpeta bajo el brazo se la alcanzó a su chofer. Como un autómata, Héctor repitió el itinerario de cada mañana: tomó por la avenida 31, pasó el túnel, se detuvo en Línea y 18 para comprar una caja de cigarros Criollos, desembocó al Malecón y en apenas 17 minutos Amaya saludó al custodio del edificio №5 de la Avenida de las Misiones, sede del comité nacional de la Unión de Jóvenes Comunistas.
La oficina de la segunda secretaria se ubicaba en el octavo piso del edificio. Era un amplio salón, decorado con reproducciones de Tomás Sánchez, Rancaño y justo detrás de su buró, una copia del Mella de Servando Cabrera. Tenía además tres butacones cubiertos de un damasco floreado y una pequeña mesa de cristal. Encendió la computadora, acomodada en una mesa a la derecha del buró y del paquete de Office 2016 eligió el Outlook para revisar el correo electrónico y repasar el plan de trabajo del día.
Su primer compromiso era para las nueve de la mañana: la sesión final de la reunión de primeros secretarios de las provincias en la Escuela Nacional de Cuadros ubicada en Casa Blanca. Tendría que almorzar en la escuela y atravesar la ciudad completa para asistir al acto por el aniversario de la muerte del mayor general Antonio Maceo y su ayudante Francisco Gómez Toro en el mausoleo del Cacahual. El acto estaba previsto para las dos de la tarde, con una duración aproximada de 45 minutos, por lo que incorporó en el plan una visita a la sede del comité municipal de Boyeros y de inmediato envió un correo al secretario de la UJC de La Habana y al jefe del puesto de dirección anunciando la misma. Le quedaba pendiente confirmar con Raydel, el presidente nacional de la Organización de Pioneros, su participación en el acto de inauguración del Círculo Infantil «Solidaridad con Londres» al que asistiría el mago británico Joshua Irving, de visita en el país. La última actividad de la jornada también se relacionaba con la visita del mago: una reunión de chequeo fijada para las siete de la noche en la Tribuna Antimperialista José Martí.
Amaya examinó el reloj de la computadora y confirmó que estaba en tiempo para llamar a su familia. Tomó el teléfono, marcó el código y el número y escuchó la voz de su esposo.
– ¿Oigo? –
– Hola mi amor –
– Hola. Pensé que te habías enredado y no podrías llamar –
– No me digas nada, que estoy con tremenda carga de trabajo –
– Me imagino –
– Ayer los extrañé mucho. Tuve que ir a una recepción por la visita del mago y cuando vi todas las cosas ricas pensé en ustedes. Sobre todo en los niños –
– Aquí están, preparándose para salir a la escuela. Estoy pasando tremendo trabajo con Melanie para que se despierte –
– ¿Y eso? –
– Se acuesta muy tarde. Mi mamá se pone a leerle cuentos para dormir y la que se duerme es ella –
– ¡Candela! –la joven hizo una pausa y se frotó los húmedos ojos– planifiqué la semana próxima una visita integral a Granma y Holguín, creo que podremos vernos unos tres días. Mandé a sacar el pasaje de regreso en avión para el domingo por la noche –
– ¡Qué bueno! –
– Te quiero mucho. Pásame a los niños –
– Yo también te quiero. ¡Melanie, Saúl, los llama mami! -
Justo cuando colgó el teléfono, movida por la conversación con su esposo y sus hijos, sobrevino la diaria sensación deprimente que la llevaba a imbuirse en el trabajo. La vibración del celular la obligó a llevarse la mano al bolsillo y reconocer en la pantalla el identificador de Rafael. No podía diferir esa llamada, y tampoco reflejar su estado de ánimo. Eran muchas cosas en juego.
– ¿Sí? –
– Hola princesa, ¿cómo estás? –
– Todo bien. Algo cansada, pero bien –
– ¿Cómo tienes el día? –
– Ufff, como siempre –
– Yo también tengo un montón de cosas hoy. ¿Nos vemos mañana? –
– Es que mañana en la noche es lo del mago en la tribuna –
– A mí me liberaron de eso. Irá el jefe. ¿Maruchi no llega hoy? –
– Sí, pero no se… –
– No te preocupes, yo la llamo y le digo que tiene que estar. De todas formas va el presidente, así que le toca a ella por plantilla. ¿A qué hora llega el vuelo? –
– A las ocho de la noche. La va a recibir René porque yo estaré en el chequeo de la tribuna –
– Bueno, yo la llamo. Nos vemos mañana a las nueve en el lugar de siempre. Pasa un buen día. Un beso –
– Otro para ti –
Para leer las siguientes entregas:
Cuba interior (o El mago que se la tragó)
Por Saúl Octavio Sánchezmedium.com
Cuba interior (o El mago que se la tragó) III
Por Saúl Octavio Sánchezmedium.com
Cuba interior (o El mago que se la tragó) IV
Por Saúl Octavio Sánchezmedium.com