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El orador que me antecedió comentaba aquí cómo reentró en los noventa a Cuba el pensamiento de Gramsci. La discusión que se da en Cuba en los noventa en el medio de la reentrada de Gramsci — como lo aborda el profesor Jorge Luis Acanda en el libro Sociedad Civil y Hegemonía, que se acaba de reeditar y ampliar por la Editorial El Colectivo, de Argentina y el Instituto Juan Marinello, de Cuba — tiene que ver con que Gramsci viene nuevamente en los noventa de la mano de ese concepto: «sociedad civil». En esas circunstancias, los responsables de la política — no voy a hablar ya de la gente de la Academia — estaban preocupados: «¿cómo que sociedad civil en Cuba, en el socialismo? ¿Eso no es un concepto burgués? ¿Qué barbaridad es esa? ¿Qué nos quieren “meter” a nosotros aquí?».
A esta altura, discutir sobre la concepción de sociedad civil en Gramsci no es discutir sobre el sexo de los ángeles, no es discutir sobre algo que es etéreo, ¡no! Es discutir sobre cuestiones de política práctica concreta. En los noventa en Cuba pasó y en el 2024 sigue sucediendo.
Todavía hoy son preguntas que dan vueltas en la discusión política: qué cosa es la sociedad civil, cuáles son sus contenidos, sus límites, cuál es su relación con el Estado o, para decirlo mejor — y como lo veo en Gramsci —, por qué se trata de un continuum, el de Estado-sociedad civil. Entonces, no es una discusión sobre la sociedad civil en una burbuja teórica, es una discusión sobre realizaciones prácticas y sobre política práctica.
Algo similar sucede con el concepto de hegemonía, que es el centro de uno de los otros libros que se presentan esta mañana: ¿Hacia una escuela latinoamericana de hegemonía?
Discutir sobre el concepto de hegemonía o sobre filosofía de la praxis no son sólo discusiones de orden teórico, sino tienen que ver también con discusiones de orden práctico. Por supuesto, tienen su origen en determinadas comprensiones teóricas del asunto. Yo recuerdo que de las primeras veces que me aproximé a Gramsci una de las cosas que yo decía era que Gramsci, para saltarse la censura de los carceleros, utilizaba determinados códigos: que dondequiera que decía «filosofía de la praxis», en realidad quería decir «marxismo», pero para que los carceleros no lo supieran ponía «filosofía de la praxis» y que donde decía «subalterno» lo que quería decir era «proletariado», y así despistar a los carceleros y a los censores de las varias prisiones por las cuales pasó Gramsci.
Pero eso — aprendí luego — era falso o, cuando menos, inexacto.
Por eso el artículo de Fabio Fronsini «Siguiendo algunas “pistas” en los Cuadernos», es tan importante. En particular, el punto 3 «La codificación y sus límites» aclara un asunto que se ha prestado a confusión. Nos dice Fronsini — esto es una joyita — :
¿hasta qué punto se puede llegar en la interpretación de ciertas frases o expresiones? Tomemos como ejemplo: «filosofía de la praxis/“prassi”». En 1967, Valentino Gerratana señaló que en el curso de 1932, Gramsci realizó un cambio criptográfico por el cual «marxismo» o «materialismo histórico» fueron sustituidos por «filosofía de la praxis» o «prassi». Esto sin embargo es verdad solo en parte, dado que, en muchos casos, como todos saben, esta expresión introducida en la segunda redacción en lugar de «marxismo» o «materialismo histórico» es un mero equivalente de la primera.
Fronsini nos explica en su texto, con mucho detalle y mucho argumento, por qué se trata de una idea falsa la de decir que donde quiera que en los Cuadernos de la cárcel aparecía «filosofía de la praxis», en realidad lo que debía haber estado escrito era «marxismo». Para hacer eso Fronsini se basa no solo en su lectura enciclopédica de los Cuadernos, sino también en una herramienta y que es el tercer libro que se presenta hoy: Cómo trabajaba Gramsci, parte del cual está en Gramsci, ayer y hoy. Se trata de la datación de los Cuadernos de la cárcel. Puede parecer que es un trabajo menor el tratar de saber la fecha exacta — o a veces aproximada, porque todo no se logra saber — de los escritos, pero hace falta saber la fecha y la fecha exacta de las cosas porque permite entender la evolución del pensamiento. No son los mismos argumentos, incluso con los mismos temas, de los cuadernos del 28 que los que están en el 35: hay una evolución, hay cuadernos reelaborados casi por completo y que en la edición de Gerratana aparecen como los famosos textos A y C.
Fronsini nos dice que la idea de que Gramsci realizó un cambio criptográfico «es verdad, pero es verdad solo en parte».
Entender algo aparentemente tan sencillo como eso permite entender este detalle de por qué filosofía de la praxis no puede ser identificada así tal cual con marxismo, sino también permite entender cuál es la evolución del pensamiento de un sujeto como Gramsci que le permite decidir — a partir del estudio — que la categoría principal del marxismo, de la filosofía del marxismo, para él no es materia, sino praxis — eso parece una bobería y aquí yo lo acabo de decir muy rápido, pero para llegar a esa conclusión Gramsci necesitó tiempo, mucho estudio y sobre todo evidencia — .
Por supuesto,
para Gramsci, la filosofía de la praxis es mucho más que un sucedáneo para no hablar de marxismo. Para Gramsci se convierte en ciencia de la relación entre la voluntad humana, la superestructura y la estructura económica.
¿Qué relación existe entre la estructura económica y la superestructura? No es posible entender la superestructura si no se entiende la relación orgánica que tiene con respecto a la estructura económica. Así nos lo cuenta Gramsci en el Cuaderno 13 (XXX), pp. 4a-5, <61>, Maquiavelo (tomo 3, pág. 248). La estructura económica no es aquella cosa que aprendimos — mal — en los manuales de los caídos que si el «ser social determina la conciencia social» y punto. Y todo se volvía un determinismo económico. Si uno revisa en los Cuadernos de la cárcel, el cuaderno 11, hablando de una «Introducción al estudio de la filosofía», Gramsci se dedica a explicar esto con detalle: la filosofía de la praxis tiene como propósito la crítica del sentido común y de la filosofía de los intelectuales, (tomo 3, pág. 335, correspondiente al Cuaderno 11 (XVIII), pp. 15–16; <220>. «Una introducción al estudio de la filosofía»).
También nos dice
Evidentemente el hecho de la hegemonía presupone tener en cuenta los intereses y la formación de un cierto equilibrio, es decir, que el agrupamiento hegemónico hace sacrificios de orden económico-corporativo, pero esos sacrificios no pueden afectar a lo esencial, porque la hegemonía es política pero también y especialmente crónica, tiene su base material en la función decisiva que el agrupamiento hegemónico ejerce sobre el núcleo decisivo de la actividad económica (tomo 2, pág. 173, correspondiente al Cuaderno 4 (XIII), pp. 71bis; <8>, «Relaciones entre estructura y superespectura»).
Gramsci utiliza la filosofía de la praxis — y es lo que nos dice Fronsini también — para criticar el sentido común, que no es más que el punto de anclaje de la hegemonía de la burguesía, es su punto de fortaleza. Cuando nos estamos preguntando por qué es tan fuerte la hegemonía de la burguesía, por qué es absolutamente cierto aquello que nos alertaban los viejos Marx y Engels de que «las ideas dominantes de una época son las ideas de la clase dominante»; Gramsci lo que nos está diciendo es que lo que hay que revisar es el concepto de praxis — que es el centro de la filosofía del marxismo y no aquello que nos decían en los manuales, que era la materia — .
Es una discusión que sucede también con las presuntas equivalencias entre «subalterno» y «proletario». Eso no es, sólo, una discusión filológica.
Gabriela, tú decías en tu presentación una cosa que a mí nunca se me había ocurrido verla así y que es extraordinaria: y es que hay un «modo subalterno de hacer las cosas» y ese «modo subalterno» es «a pura piel». ¡Eso es extraordinario!
¿Tú sabes por qué es más extraordinario? Porque en esta época de confusión, si nosotros asumimos como verdadero que donde Gramsci dice en los Cuadernos «subalterno» en realidad lo que quería decir era «proletario», estamos cercenando la potencia del pensamiento de Gramsci.
Esas falsas equivalencias le vienen muy bien a todos esos múltiples grupos identitarios, que todos se ven subalternos de distintas formas de opresión y explotación, pero casi nunca se ven como subalternos de la opresión y la explotación del capital, más allá de la enunciación en algunos, muy pocos, casos.
Yo creo que eso tiene que ver con el hecho de que les falta — y esto va por mi cuenta, no es de Fronsini — la noción de conciencia de clase.
También le falta la conciencia de clase porque, entre otras cosas, parece que desaparecieron las clases sociales, que desapareció el proletariado o porque la gente tiene una concepción equivocada de lo que es proletario: se piensa que es un tipo vestido de un overall en una fábrica y ya eso no es tan abundante como antes, por supuesto.
Eso no es un asunto sólo de orden teórico: aborda el enorme crecimiento e influencia en el campo de las luchas populares que han tenido en los últimos 20, 30 años los grupos identitarios que forman los dizque movimientos sociales y movimientos populares — donde la gente está cada vez más parcelada, con identidades cada vez más específicas, «las mujeres lesbianas del sector 3 de Tigre», «animalistas del Cerro», «las personas defensoras del medio ambiente afectadas por las cascadas artificiales de agua dulce», «las personas defensoras del medio ambiente afectadas por el petróleo de la Chevron», son ejemplos absurdos, pero podemos pensar en los reales, porque casi todos aquí tenemos militancia en alguno — .
Todos esos movimientos identitarios, todos son subalternos de algo, por supuesto, pero se pierde la perspectiva de que no es lo mismo pertenecer al colectivo LGBTIQ+ siendo un millonario que siendo alguien que vive en un barrio popular; no es lo mismo ser mujer en lo último de Honduras que ser mujer en Nueva York; que no se parece en nada tener vocación por el cuidado de los animales cuando tienes garantizada tu subsistencia que cuando dependes de la ganadería en un lugar con sequía agravada por culpa de la presencia de empresas trasnacionales. Esta distinción entre subalterno y proletario que está ya presente en los Cuadernos no es solo un problema de orden teórico, de orden filológico, sino que es un problema de orden práctico.
Es tan práctico y tan de política práctica que en Cuba te encuentras con que el Partido Comunista, el partido dirigente, es presuntamente el partido de la clase obrera, de la clase trabajadora pero ¿dónde está la clase obrera, dónde están los trabajadores? O te encuentras — voy a poner otro ejemplo — a las mujeres lesbianas ¿pero cómo se relacionan con la Federación de Mujeres Cubanas? ¿Cuál es la relación que va a tener la FMC con el grupo de mujeres lesbianas? Y en Cuba hay un solo partido y una sola organización de mujeres ¡y no nos hacen falta más! ¿Cuál es la relación que van a tener otras organizaciones, como la UJC, por ejemplo, con los jóvenes animalistas o los jóvenes excursionistas? Como ven, son cuestiones de política práctica y concreta que tienen su origen en explicar y aclarar mejor alguna de estas cosas.
Fronsini explica todo esto que yo he dicho mejor que yo y lo resuelve en este fragmento:
Si Platone y Togliatti estaban preocupados por salvaguardar la ortodoxia de Gramsci, Spivak la afirma, para poder liquidar su elaboración como obsoleta: si los subalternos son un mero codeword para «proletarios» (equivalencia que –ça va sans dire– Platone y Togliatti no habrían registrado), entonces en los Cuadernos falta una teoría de la dominación capaz de sobrepasar los límites estrechos del análisis de clase centrados en el proletariado fabril.
Y justo ahí, en esa última oración está la clave del desmontaje liberal: si no hay en Gramsci un análisis de clase más allá del proletariado fabril — y, encima, ya hay mucha literatura afirmando la desaparición del proletariado mismo, comenzando por el fabril — , no hay nada que buscar en Gramsci, ni sirve para nada más que un asunto «cultural», incluso «Kultural», con K, como dice Milei.
Tratar de hacer esas simplificaciones es un intento por secuestrar a Gramsci, por falsear su pensamiento — por suerte estos libros tratan de ir en el sentido contrario — porque en Gramsci sí hay un análisis de clase que va más allá del proletariado fabril.
Esto me lleva a una pequeña digresión. Todos recordamos que Gramsci empieza sus andadas por la política con aquella experiencia del Bienio Rojo en Italia y, como aquello fracasó y fracasó estrepitosamente, él tiene que preguntarse «¿qué hacer ahora?»; y esto es otra distinción en el pensamiento gramsciano: el lugar desde el cual tiene que darle respuesta a esa pregunta. ¿Se acuerdan de los personajes que les mencioné al inicio? Lenin, el Che — que era también de los que escribía — Mao, Ho Chi Minh, Fidel Castro. Todos ellos, pensadores y políticos y combatientes revolucionarios de la izquierda, escribieron buena parte de su obra desde condiciones de victoria, pudieron ver la victoria de buena parte de sus luchas y desde ahí escribieron.
La conquista del Estado . Por Antonio Gramsci
Sin embargo, Gramsci es un pensador desde la derrota, un tipo permanentemente derrotado y que tiene que reflexionar sobre la derrota. Por eso también a nosotros nos es tan contemporáneo, porque nosotros, en la izquierda, los revolucionarios estamos casi permanentemente derrotados — ¡que no significa vencidos! — y nosotros que estamos casi permanentemente derrotados tenemos que estarnos preguntando, permanentemente, ¿por qué perdimos?
Gramsci se hace esa pregunta después de la experiencia del Bienio Rojo y después de ver que aquel fracaso llevó al fascismo, a la solución fascista, la cual contaba con no poco apoyo popular y, especialmente, obrero. Y se pregunta también por qué eso que pasó en Italia no se repite en los Estados Unidos y ahí encontramos «Americanismo y Fordismo», que es cualquier cosa menos una reflexión sobre el «puro consenso», la «pura hegemonía», sino que está tocando las bases económicas de la solución que las élites tuvieron que tomar en los Estados Unidos para evitar que la salida a la crisis fuera la salida de Italia primero y de Alemania, después.
Traigo todo esto, en aparente mezcolanza de los temas de los tres libros que estoy presentando, porque lo mismo que la cuestión del proletariado y de la interpretación de lo que es el proletariado y lo que es lo subalterno y las subalternidades; la cuestión de la hegemonía no es un fenómeno que flota en el aire — y esto se trata de demostrarlo en estos textos — sino que tiene raíces profundas en la economía, en una comprensión de la economía más allá de la producción de cosas.
Eso lo comprende Gramsci bien, porque Gramsci, sobre todo, es un pensador marxista. Y yo les recuerdo lo que decía el Manifiesto Comunista hace 176 años.
Todas las clases que en el pasado se apoderaron del Poder ensayaron consolidar su situación sometiendo la sociedad a su propio medio de apropiación.
Eso es lo que dice el Manifiesto Comunista, 21 de febrero de 1848, Carlos Marx y Federico Engels. Es lo que después Gramsci traduce de aquella manera que está ahí, en esa frase: «La conquista del poder cultural precede a la conquista del poder político».
Esto es una cuestión teórica, pero tiene también implicaciones prácticas. Voy a terminar lo que dice el Manifiesto: «Los proletarios no pueden apoderarse de las fuerzas productivas sociales sino aboliendo el modo de apropiación que les atañe particularmente y, por consecuencia, todo modo de apropiación en vigor hasta nuestros días».
No es que tengan que cambiar el modo de producción. Eso también hay que cambiarlo, hay que transformarlo, hay que revolucionarlo. Y de los medios de producción hay que apropiarse, indudablemente. Pero hay que cambiar, sobre todo, los modos de apropiación de la realidad. Y eso es otra cosa. Y es una cosa más compleja.
Es una cosa más compleja porque las clases subalternas, si queremos utilizar el lenguaje de Gramsci en claves correctas y, sobre todo, la clase proletaria — la gente que trabaja, que era lo que dijo Marx — es la única clase social que no tiene un modo de apropiación propio, sino que depende del modo de apropiación de la burguesía.
El proletario, el proletariado, es la única clase que no se produce a sí misma, sino que es producida por otra clase. Esto es una disquisición teórica que pudiera llevar otras horas más, pero tiene, sobre todo, consecuencias prácticas: es parte de lo que permite explicar por qué las clases populares terminan, en donde tienen esa chance, votando a opciones de derecha, incluso de derecha extrema y es porque terminan pensando exactamente como la derecha.
Me he detenido en este eje de la interpretación y he mezclado los tres libros y algunos de los problemas que aparecen en ellos, pero los invito a leer algunas consecuencias prácticas en el libro de Raúl Burgos ¿Hacia una escuela latinoamericana de la hegemonía? Ahí la cuestión de la interpretación está en el centro del texto, se trata de responder a la pregunta de si hay una interpretación latinoamericana y caribeña de Gramsci.
Raúl Burgos nos dice que su motivación era explicar si había o no, o si era universal o no la traducibilidad de los escritos de Gramsci. Frente a eso nosotros aportamos, o complementamos la noción de que en todo lo escrito por Gramsci hace falta una «traducción de la traducción». ¿Qué significa esto? Lo escrito por Gramsci no es más que la traducción de una realidad, que es lo que hace un pensador social y que lo distingue, por ejemplo, de un escritor que también traduce la realidad pero en forma de literatura artística. A nosotros lo que nos toca es hacer una traducción de la traducción y eso es un poco más complejo.
En ese esfuerzo de hacer una traducción de la traducción yo creo que nos ayudan los libros que hoy se presentan. Son libros excepcionales. En unos casos porque se trata de traducciones al español de textos que nada más que estaban en italiano y ya eso eso no es poca cosa.
¿Cómo trabajaba Gramsci? y ¿Hacia una escuela latinoamericana de hegemonía?
No quiero que parezca que he dejado de lado los otros dos libros, solo que los he puesto al servicio del más grande.
Sobre el ¿Cómo trabajaba Gramsci?, de Gianni Francioni yo creo que tiene muchas virtudes, a pesar de que ese no es un libro muy grande y hay una parte que ya está en el Gramsci, ayer y hoy, que es la datación de los Cuadernos de la cárcel. No obstante, el entender cómo trabajaba Gramsci, con la historia y estructura de los Cuadernos de la cárcel es todo un regalo.
Me viene a la mente la carta de Jhon Berger al subcomandante Marcos en el año 1997.
Berger le dice a Marcos una cosa tremenda, es una revelación:
El menos dogmático de los pensadores de nuestro siglo en lo que a la revolución se refiere fue Gramsci, ¿no es cierto? Su falta de dogmatismo provenía de una especie de paciencia. Tal paciencia nada tenía que ver con la indolencia o la complacencia. (El hecho de que su principal obra haya sido escrita en la prisión en la que los fascistas lo mantuvieron durante ocho años, hasta que entró en agonía, a la edad de 46, es prueba de su enjundia.) Esa paciencia especial provenía del sentido de una práctica que nunca terminará. Miraba muy de cerca y, a veces, dirigía las luchas políticas de su tiempo, pero nunca olvidó el trasfondo de un drama en proceso cuyo transcurso cubre una incalculable cantidad de tiempo. Quizás eso fue lo que impidió que Gramsci se convirtiera, como muchos otros, en un milenarista. Más que en promesas creía en la esperanza, y la esperanza es un asunto muy largo. Podemos escucharlo en sus propias palabras:
«Si lo pensamos, advertimos que, al plantear la pregunta “¿Qué es el hombre?”», queremos preguntar: ¿En qué puede convertirse el hombre? ¿Puede dominar su propio destino, puede hacerse a sí mismo, puede dar forma a su propia vida? Digamos entonces que el hombre es un proceso y, de manera precisa, el proceso de sus propios actos.
En el pueblo de Ghilarza hay un pequeño museo dedicado a Gramsci, cerca de la escuela a la que él asistió. Hay fotos, ejemplares de libros, unas cuantas cartas. Y, en una alacena, dos piedras talladas como pesas redondas, del tamaño de toronjas. De niño, Antonio hacía ejercicios todos los días con estas piedras para fortalecer sus hombros y corregir la malformación de su espalda.
La carta es preciosa, los invito a leerla. Esa paciencia es la que nos describe.
La principal virtud del libro de Francioni es traducirnos cuál es la utilidad de la paciencia en Gramsci — porque hay gente que se puede pasar la vida preso y escribir todavía muchas más páginas que las que escribió Gramsci pero quizás no son útiles — . Por supuesto, él parte del estudio filológico, pero a nosotros nos interesan los estudios filológicos no para someternos a ellos sino para trascenderlos. Se trata de entender con exactitud lo dicho — o lo escrito en este caso — para evaluar no tanto lo que dijo sino para evaluar la potencia de las preguntas que se hizo en su día Gramsci, las grandes preguntas que se hizo en su día Gramsci, que son las que nos interesan a nosotros.
Por eso resalto en particular esta primera parte, la introducción llamada «Laberinto de papel». El término laberinto de papel no está utilizado ahí al azar. Para salir del laberinto hace falta un hilo, un hilo de Ariadna y, en este caso, el libro de Francioni es un buen hilo para no perderse en el laberinto del pensamiento de Gramsci.